martes, 29 de enero de 2013

Los Himalayas del alma.

Contempla el Universo en la gloria de Dios; y todo lo que vive y se mueve sobre la tierra. Abandona lo transitorio, halla gozo en lo Eterno; no entregues tu corazón a una posesión ajena.

Trabajando de ese modo un hombre puede desear una vida de cien años. Sólo las acciones hechas en Dios no atan el alma humana.

Hay mundos frecuentados por los demonios, regiones de tinieblas totales. Quienquiera que en vida rechaza al Espíritu va a esa oscuridad después de la muerte.

El Espíritu, sin moverse, es más rápido que la mente; los sentidos no pueden alcanzarlo: él está siempre más allá de ellos.

Permaneciendo quieto, él sobrepasa a quienes corren. El Espíritu de vida conduce las corrientes de la acción, al océano de su Ser.

Él se mueve y Él no se mueve. Está lejos y está cerca. Está dentro de todo y está fuera de todo.

Quien ve a todos los seres en su propio yo, y a su propio yo en todos los seres, pierde todo temor.

Cuando un sabio ve esta gran unidad y su yo se ha identificado con todos los seres ¿qué error y qué pesar pueden estar cerca de él?

El espíritu llenó todo con su esplendor. Es incorpóreo e invulnerable, puro e intocable por el mal. Es el profeta supremo y el pensador inmanente y trascendente. El colocó todas las cosas en el camino de la Eternidad.

En profunda oscuridad caen quienes siguen la acción.

En más profunda tinieblas caen aquellos que siguen el conocimiento.

Uno es el resultado del conocimiento y otro el de la acción. Así lo hemos oído de los sabios antiguos que nos explicaron esta verdad.

Quien comprende ambos, el conocimiento y la acción, con la acción vence a la muerte y con el conocimiento logra la inmortalidad.

En profunda oscuridad caen quienes siguen lo inmanente. En más profunda oscuridad caen quienes siguen lo trascendente. Uno es el resultado de lo trascendente y otro el resultado de lo inmanente. Así lo hemos oído de los sabios antiguos que nos explicaron esta verdad.

Quien conoce ambos, lo trascendente y lo inmanente, con lo inmanente vence a la muerte y con lo trascendente alcanza la inmortalidad.

El rostro de la Verdad permanece oculto tras un disco de oro. ¡Devélalo, Oh Dios de Luz para que por mi amor a la verdad pueda verlo!

¡Oh Sol, vivificante hijo del Señor de la creación, solitario profeta de los ciegos! Diluye tu luz y aparta tu brillo cegador para que pueda contemplar tu forma radiante; ese Espíritu, venido dentro de tí tan lejos, es mi propio, íntimo Espíritu.

¡Pueda la vida ir a la vida inmortal y el cuerpo ir a las cenizas! OM, oh alma mía, ¡recuerda las luchas pasadas! ¡Oh alma mía recuerda los esfuerzos pasados, recuerda!

Por el camino del bien condúcenos a la bienaventuranza final, Oh fuego divino, tú Dios, que sabes todos los caminos. Líbranos de los extravíos del mal. En tí ofrecemos plegarias y adoración.

Upanishad Isa

Traducción de Juan Mascaró y Rubén Vasconcelos

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